Después de los heroicos intentos de resistencia en la defensa de Buenos Aires frente a las invasiones británicas de 1806 y 1807, la historia de la Patria nos enfrenta, el 3 de enero de 1833, a un acto de ignominia: la primera usurpación británica de nuestras queridas Islas Malvinas. Esta vez, el enemigo no encontró la densa población de la capital para resistir, pero sí halló hombres con sangre argentina que no estaban dispuestos a ceder ni un palmo de suelo patrio sin luchar.

Allí estaba el gaucho Antonio Rivero, símbolo de valentía criolla, junto a otros compatriotas que ofrecieron la máxima resistencia humana posible frente al avance imperial. Su gesta, casi solitaria, fue la primera chispa de rebeldía que encendería, a lo largo del tiempo, la llama de un reclamo que no cesa ni se olvida.

La agresión británica no terminó allí. En 1845, nuevamente nuestra Nación fue hostigada, esta vez en alianza con Francia, durante la Guerra del Paraná. Pero el coraje argentino, con el pabellón nacional flameando altivo, logró rechazar aquella amenaza. Sin embargo, las Malvinas continuaron bajo ocupación extranjera.

Pasaron casi 150 años. Y fue el 2 de abril de 1982 cuando, con la Operación Rosario, la Argentina decidió recuperar lo que por historia, derecho y sangre le pertenece: las Islas Malvinas. En aquella gesta, no sólo se enfrentó al colonialismo anacrónico del siglo XIX, sino también al más brutal imperialismo moderno, sostenido por una maquinaria bélica apoyada por las grandes potencias occidentales.

La reacción británica fue descomunal. Desplegaron la mayor fuerza de tareas desde la Segunda Guerra Mundial, demostrando que la única razón que podían esgrimir era la de la fuerza. Ellos sabían que si perdían, muchas otras colonias podrían seguir el mismo camino de liberación. Así, lanzaron una ofensiva total.

Argentina, con valentía pero con ingenua planificación, resistió con alma y corazón. No fue una derrota: fue una batalla memorable, en la que nuestra juventud combatió como nunca antes, enfrentando a una de las flotas más poderosas del planeta con honor, con coraje, y con amor por la Patria. El 14 de junio, día en que se replegaron nuestras tropas, no fue una rendición del espíritu argentino, sino un alto en el camino, una pausa estratégica para evitar que el conflicto se tragara a toda una Nación.

Ese día no debe ser recordado como una derrota irremediable, sino como el Día de la Máxima Resistencia. Allí se volvió a escribir, con tinta y sangre, la segunda usurpación de nuestras islas. Pero, a diferencia de 1833, esta vez quedó documentado el heroísmo de nuestros héroes.

Desde los ataques aéreos y temerarios contra la flota enemiga hasta los marinos que cantaron el Himno antes de hundirse en el helado Atlántico Sur. Una guerra moderna que, sin embargo, volvió a mostrar a sus hombres —granaderos del siglo XX— calando bayoneta con el ímpetu de quienes no negocian la patria.

Las imágenes de esos días viven en la memoria de nuestro pueblo. No hay ideología, bandera partidaria ni diferencia que divida a los argentinos frente a esta causa. Las Malvinas son el punto de unión más profundo que tenemos. Y si antes de 1982 había convicción, ahora hay certeza. Las nuevas generaciones no sólo tienen al gaucho Rivero o la Defensa de Buenos Aires como ejemplo. Ahora también tienen a los héroes de Monte Longdon, de Darwin, de Puerto Argentino. A los pilotos que volaron al borde del milagro. A los jóvenes que dieron su vida con una dignidad inmortal.

Por eso, el 14 de junio debe ser una fecha de recogimiento nacional, de unidad, de compromiso con la historia y con el futuro. No hay derrota mientras el pueblo mantenga viva la causa. No hay olvido mientras flamee la bandera celeste y blanca en algún punto de la patria. Y volveremos, no por venganza, sino por justicia.

¡Vivan los Héroes de Malvinas!

Tin Bojanic


Descubre más desde Fundación Argentina Semper

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario