Cartas Heroicas

¿Qué puede sentir una madre al recibir la carta póstuma de su hijo, un soldado caído en combate? ¿Qué mayor sacrificio puede ofrecerle a la patria que ese hijo que llevó en su vientre, que amamantó y que crió con amor y valores? Ese hijo que, llegado el momento, se alistó para defender a su nación, y que, en el instante final, pensó en ella. Porque cuando un soldado muere por la patria, también muere por su madre. Porque la patria es también el lugar que resguarda a su madre. Entonces, morir por la patria es, en algún sentido, morir en defensa de ella.

Las madres que han perdido a sus hijos en combate se convierten ellas mismas en símbolo de la patria. Se dice que la patria es donde descansan nuestros padres. Pero si una madre ha ofrendado a su hijo, si lo ha entregado para la defensa de todos, entonces esa madre también es patria encarnada. Porque ha dado vida y ha criado con coraje a un hijo digno de ella. Por eso, cuando recordamos a los héroes que cayeron jurando seguir la bandera hasta perder la vida, no podemos olvidar a las madres —y también a los padres— que entregaron lo más sagrado que tenían: sus hijos.

La Guerra de la Triple Alianza, que se libró entre 1864 y 1870, enfrentó a Paraguay contra una coalición formada por Argentina, Brasil y Uruguay. Fue el conflicto más sangriento del siglo XIX en América del Sur. El presidente paraguayo Francisco Solano López buscaba ampliar su influencia regional, pero acabó enfrentando a tres naciones. Paraguay fue devastado: perdió gran parte de su población y de su territorio, y quedó económicamente arruinado.

Una de las batallas más emblemáticas de esa guerra fue la de Curupaytí, librada el 22 de septiembre de 1866. Las fuerzas aliadas intentaron tomar una línea fortificada paraguaya ubicada a orillas del río Paraguay. Bajo el mando del general José E. Díaz, la defensa fue firme, estratégica y contundente. A pesar de contar con una superioridad numérica de aproximadamente 4 a 1, los atacantes sufrieron una derrota sangrienta. Esta derrota frenó el avance aliado y provocó una profunda crisis política en Argentina.

El desenlace de la guerra fue trágico. El 1 de marzo de 1870, el presidente paraguayo Francisco Solano López murió en la batalla de Cerro Corá, perseguido hasta el final por tropas brasileñas. Paraguay quedó arrasado: perdió entre el 60 y el 70 por ciento de su población, incluyendo la mayoría de sus hombres adultos, cedió vastos territorios y cayó en la ruina económica y la inestabilidad política durante décadas.

En medio de esa tragedia, surgen nombres que iluminan con su valor y su entrega. Uno de ellos es Domingo Fidel Sarmiento, conocido como Dominguito, hijo adoptivo de Domingo Faustino Sarmiento. Nacido en Chile en 1845, se formó en Buenos Aires y se unió al Ejército Nacional. Participó en la Guerra de la Triple Alianza y murió en Curupaytí a los 21 años. Desde el frente, escribió emotivas cartas a su madre. Su padre, devastado, le dedicó el libro Vida de Dominguito. En una de sus últimas cartas, Dominguito escribió:

“Y si el presentimiento de que no caeré en combate es sólo una ilusión que me permite tener coraje y cumplir con mi deber, te pido madre que no sientas mi pérdida hasta el punto de dejarte vencer por el dolor. Morir por la patria es darle a nuestro nombre un brillo que nada borrará, y no hay mujer más digna que aquella que, con heroica resignación, envía a la batalla al hijo de sus entrañas.”

Otro nombre que resplandece es el de Cleto Mariano Grandoli, joven subteniente santafesino, abanderado del Batallón N.º 1. El 21 de septiembre de 1866, un día antes de la batalla de Curupaytí, escribió a su madre con el corazón lleno de valor. Al día siguiente, murió defendiendo la bandera. Aquella bandera, atravesada por catorce balas, se conserva como reliquia en el Museo Histórico Provincial de Rosario. En su carta, escribió:

“El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron.”

Estas cartas, estos nombres, estas madres, no deben quedar olvidadas en los márgenes de la historia. Ellas, las que dieron a sus hijos, también construyeron la patria. No solo en el hogar, sino en el campo de batalla, en el luto silencioso, en la dignidad de su dolor. Porque quien da un hijo a la patria, entrega una parte de sí. Y quien lo hace con resignación ejemplar, merece también la eternidad de los héroes.

Tin Bojanic


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