“Nuestro punto de reunión, será siempre el campo de batalla”.
General Juan facundo Quiroga
Este 3 de diciembre, se cumplen 35 años del pronunciamiento de 1990. Mucho se ha escrito sobre el tema, pero poco se ha dicho sobre las causas profundas que llevaron a un grupo de argentinos a pronunciarnos en aquella jornada, bajo el liderazgo indiscutido del Coronel Seineldín. El coronel no solo era un magnífico soldado, sino también un maestro de vida.
El hecho fue una respuesta a un menoscabo flagrante de nuestra Soberanía Nacional. Menoscabo que en los 35 años se ha agravado, con la complacencia cómplice, ya sea por corrupción, o por ineptitud, de todo el arco político del país.
Los Acuerdos de Madrid
En efecto, en febrero de 1990, se firmaron los Acuerdos de Madrid, pomposamente llamados “acuerdos de paz”. En realidad, verdaderas actas de la capitulación argentina frente a Gran Bretaña. A partir de ese momento, la rendición de Puerto Argentino pasó a ser la Rendición de la Nación Argentina.
Estos acuerdos, firmados en España, tuvieron como garantes a EEUU y al Reino de España. Por el gobierno argentino, firmó el entonces canciller Domingo Cavallo. Por los Acuerdos de Madrid, Argentina se comprometió a comunicar a los británicos los movimientos de unidades militares argentinas, tanto navales, aéreas y terrestres. También quedó bajo control británico la renovación de tecnología y equipos militares. Hemos visto desaparecer no solo a la industria para la defensa, sino también a la industria dual: aquella que sirve para la industria civil y militar. Así las cosas, todos hemos visto las limitaciones, para el necesario mantenimiento de nuestras FFAA, sobre todo de aquellas fuerzas que más daño le causaron al enemigo.
Los Acuerdos de Madrid han tenido varias etapas, el primero, 19/10/1989, y el segundo, 15/2/90; y la declaración conjunta Foradori – Duncan. Pero los efectos hasta ahora han sido crecientes y permanentes. Los intereses geopolíticos británicos, como los negocios de todo tipo que se generan en el Atlántico Sur, hace que el Reino Unido busque un apaciguamiento completo, que los ingleses solo entienden como nuestra claudicación absoluta.
La realidad actual es que se ha de seguir agravando a medida que pase el tiempo. Por la corrupción, que es el agujero negro por donde desaparecen los ideales.
El 3/12/90, hace 35 años, se había hecho público y era clara la intención británica, clara la complicidad de las autoridades y también de los mandos militares.
Los Acuerdos de Madrid había aparecido en los diarios del momento y en los noticiosos. Los medios lo promovían como “un éxito” del gobierno de Menem. El mismo que siendo candidato había dicho que las Malvinas se iban a recuperar “a sangre y fuego”. El mismo que hizo lo imposible para tener una cena con la Reina Isabel en el Palacio de Buckingham, el mismo que produciría en el país una metástasis de corrupción, con voladuras de pueblos, fábricas e instituciones. Todo lo que se había hecho público hacía prever lo que vendría.

El 2 de abril del 90 ya era público. En un acto multitudinario en Villa Lugano, el camarada Enrique Graci Susini denunció los acuerdos como un pacto espurio e ilegal, porque no había sido discutido en el Congreso de la Nación, como manda la Constitución Nacional.
Frente a este estado de cosas, y ante el silencio complaciente de gran parte de la clase política argentina, y por la ignorancia interesada de parte de la clase dirigente, llegamos al 3/12/90 cuando nos pronunciamos.
Para todo hombre de honor y bien nacido, que estuviese enterado de esta realidad, el 3 de diciembre fue la fecha de una cita inevitable, en defensa de la Patria y de su Soberanía.
Cuando se trata del honor, no se especula, se actúa. La conciencia lo reclama. Porque ni el honor, ni la dignidad, son valores abstractos. Honor y Dignidad son atributos del alma, y el alma le pertenece a Dios.
Cómo la máxima sanmartiniana dice: “Serás lo que debas ser o no serás nada”; y decidimos ser. Fuimos en busca de nuestro destino, que desde aquel día está unido al destino de la Patria. Preferimos aquello antes que la nada.
La derrota del 3 de diciembre de 1990 fue una Derrota de la Patria, como tantas derrotas que ella ha tenido a lo largo de su Historia. Pero también aquí decimos, que no estamos vencidos, y que nuestra voluntad está intacta, porque nuestra voluntad se ha cimentado sobre el honor, y el honor reclama que el alma viva.

Tenemos en claro que la Justicia de la Causa que nos llevó a la acción el 3 de diciembre de 1990, nada la invalida. Ni la cárcel, ni el exilio, ni el dolor de nuestras familias; ni los muertos propios o los ajenos. Sabemos bien por la sana doctrina, que cuando se ha dado todo, todavía no se ha dado nada.
¡Dios, Patria o Muerte!
Patricio Videla Balaguer
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