Repatriando nuestra identidad

Desde niños, asociamos como símbolo de nuestra patria a la Bandera.

Así, nuestra infancia, nuestra familia, nuestro barrio, nuestro colegio, e incluso el club de nuestros amores se encuentran teñidos de azul y blanco, materializando en nuestro inconsciente colectivo el concepto de una patria profunda.

La Bandera representa, entonces, eso: tu historia individual. Representa a papá, mamá, tus hijos, tus amigos, tu trabajo, tus estudios y todo lo que constituye la lucha y lo bueno de la vida.

Deja de ser un simple trozo de tela para fundirse con tu identidad. Y ya no hay nada más tuyo que tu Bandera.

Esa misma Bandera también representa tus sueños y el futuro que construirás con tu esfuerzo y tus luchas cotidianas.

El 20 de noviembre de 1845, en el marco de una invasión, se produjo una batalla absolutamente desigual entre una moderna y poderosa flota anglo-francesa y las fuerzas federales argentinas al mando del General Lucio Mansilla, en la Vuelta de Obligado, en un recodo del río Paraná.

En esa batalla, cientos de argentinos desconocidos perdieron la vida por esos mismos colores. Murieron por su patria, ni más ni menos que por sus familias, sus amigos y sus pueblos.

Y, por supuesto, por esa Bandera.

Al finalizar la batalla, entre los cuerpos de los soldados caídos, fueron arrebatadas varias banderas ensangrentadas. Una de ellas sigue cautiva en Francia.

Nos preguntamos entonces: ¿Cuántas banderas cautivas más habrá? ¿Por qué nadie las reclama? ¿No significa nada para algunos tu Bandera?

El proyecto “Banderas Cautivas” se propone repatriar las banderas y símbolos argentinos capturados por fuerzas extranjeras en los distintos conflictos que atravesaron nuestra historia.

Creemos que recuperar el símbolo que representa todo lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos sería un acto de justicia. Un símbolo por el que tantos argentinos dieron la vida sin esperar nada a cambio.

Porque, en lo simbólico, retener nuestra Bandera significa también mantener cautiva nuestra dignidad.

Hoy, esa Bandera está en la Catedral de Saint-Louis, en París, en el Museo de los Inválidos, donde yace la tumba de Napoleón Bonaparte, con claros rastros de la batalla de la que formó parte.

Y sigue allí, como silencioso testigo de que “los argentinos no somos empanadas que se comen con solo abrir la boca”, como escribió el General José de San Martín.


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